sábado, 20 de octubre de 2012

Robert Browning, 'El incomprendido'


   ROBERT BROWNING procedía de una clase media ilustrada; era modesto y flexible, a pesar de pertenecer al mundo de la City. 

  Su padre había sido empleado del Banco de Inglaterra, un poco tímido e infantil, con extrañas chifladuras que tientan a los aficionados al psicoanálisis.
 Su madre, Sarah Wiedemann, escocesa de padre alemán, debió ser mucho más fuerte e imperativa, y marcó también muchos de sus rasgos en el joven Robert, quien, significativamente, dio su nombre Wiedemannm al único hijo varón que tuvo, Robert Wiedemann Barrett.

  Un joven romántico y apasionado cuyo ídolo era Shelley, nervioso, idealista y sumamente incapaz para la cosas de la vida práctica. Moreno, de tipo italiano, dicen, guapo según algunos, de irresistible personalidad según casi todos, un poco dandy, y se le recuerda por sus guantes de cabritilla de color limón, detalle que en la época parece llamativo y casi funesto. 


  Poeta, como ya se ha dicho, pero sus libros, desde Pauline en 1833 hasta Campanillas y granadas en los primero años cuarenta, sin olvidar diversos dramas poéticos no mal acogidos, pero que tampoco despertaron  ningún entusiasmo, no le habían hecho famoso; se le acusa de oscuridad, y su Sordello sobre todo pasaba por ser absolutamente incomprensible, desde el primero hasta el último verso.
  Los envidiosos y malignos decían de él que era pedante y fatuo, aunque más justa parece la opinión de Chesterton, quien describe al Browning de esta época como <<un hombre impetuoso, de mente privilegiada, inexperto y esencialmente humilde, con una cantidad de ideas superior a su capacidad para desentrañarlas>>. 

  Había habido varias candidatas al papel de musas inspiradoras, pero todas estas posibilidades se torcieron de un modo y otro, y en 1845 seguía con  una fuerte dependencia de su madre y de su hermana Sarianna, dos años menor que él. Para decirlo a la manera de los victorianos, según todos los indicios, Browning no era precisamente un donjuán. 
  El poeta buscaba un gran amor, un gran misterio, una gran inteligencia, una musa maternal y rendida, sublime y de carne y hueso, y todas estas condiciones debían de ser difíciles de reunir en la Inglaterra de la reina Victoria.
  Mitad ángel mitad artista, sin dejar de ser mujer, era pedir mucho. Después de una estancia en Italia, al volver a Londres, Browning adquiere dos volúmenes de los Poems recién aparecidos de Elizabeth Barrett y cree haber hallado lo que buscaba. Talento, sensibilidad, afinidades... (Otros lectores que descubren a la poetisa gracias a este libro son el naciente grupo prerrafaelisa, Carlyle Y Harriet Martneau.)
  Aunque en este episodio hay una circunstancia que sería poco honrado callar: a Browning sin duda le gustaron aquellos versos, pero no podía dejar de advertir halagado que contenían una elogiosísima mención de su nombre. En otras palabras, que la admirada poetisa a su vez era admiradora de él.

  Robert Browning iba a romper esta distancia abriendo la primera brecha con la mejor de sus armas, la pluma, y el 10 de enero de 1845 escribe una carta a Miss Barrett; carta de poeta a poeta, pero sobre todo de admirador apasionado. Sus versos, sensibilidad... Todo en ella le parecía extraño, misterioso, atractivo. Pero no se contentaba con admirar de lejos, quería conocerla. Ella le responde aquella primera carta halagada, seria hasta al dramatismo y un poco melindrosa. 


sábado, 6 de octubre de 2012


Elizabeth Barrett Browning, un Alma llena de Pasión



  ELIZABETH BARRETT es un rostro femenino encuadrado por dos cascadas de largos y negros tirabuzones, con una expresión melancólica y doliente.

Su amiga, la novelista Mary Russell Mitford, la describe como una delicada viñeta romántica: <<Ojos grandes de dulce mirar abundantemente sombreados por pestañas oscuras, y con una sonrisa que es como la aurora.>>

  
Varios testimonios coinciden en que era una mujer <<peculiar>> -es decir, diferente- y <<patética>>, obstinada, rebosante de una energía oculta que parecía violencia contenida, indomable y tímida, pasional en su castidad; de un misterio que no todo el mundo ardía en descifrar.

  

La pequeña Ba
  Elizabeth Barrett Moulton-Barret, hija primogénita de la unión entre Edward Moulton-Barrett y Mary Graham-Clarke, nace el 6 de Marzo de 1806, en Coxhoe Hall, County of Durham, Inglaterra. Es bautizada en 1809, en la Iglesia Saint Helen situada en la localidad Kelloe, al noreste de Inglaterra.
  Poetisa, más o menos filósofa, traductora del griego, con una cultura rarísima en las mujeres de la época victoriana. Se dice, que ya a los ocho años leía a Homero en el original. A los doce, demostraba su apego por la metafísica. 

  Elizabeth, no cree que el hecho de ser mujer la obligue a limitarse en ocupaciones como la cocina y los niños, admira a una escritora como George Sand (aunque se ruborice al leer sus libros) y tiene colgado en su alcoba el retrato de Harriet Martineau, filántropa, viajera, periodista, una autoridad en materia de economía política y que se declara entusiasta de Comte. 
  
  Pero su rebeldía no es como la de esos modelos de mujeres emancipadas y escandalosas, la suya es una rebeldía de puertas para adentro; no hace ninguna extravagancia de mujer varonil, no se opone a las ideas comúnmente admitidas en la sociedad, es seria y obediente, discreta y casera, y todas las noches reza con devoción al lado de su padre.

  Su rebeldía está en el saber mucho, en su curiosidad intelectual, en leerlo todo (hasta franceses como Víctor Hugo y Balzac, admirables, pero con audacias que no está segura de que merezcan su aprobación), en escribir versos, en dominar el griego clásico de un modo que parece poco femenino.
  Su profesor de griego había sido el helenista Hugh Stuart Boyd, ciego, según la gente, por haber estudiado demasiado, antiguo vecino de la familia Barrett cuando vivían en la casa de campo de Hope End, y que continuaba visitando a su antigua discípula para poder conversar con alguien en la venerable lengua de la antigüedad.

¡Oh, mi querido amigo que viviste
con los ojos ciegos vanamente alzados
hacia el sol...!

dirá Elizabeth en un soneto cuando su maestro muera en 1848.

  Vive en Londres en una confortable casa, en el número 50 de Wimpolee Street, cerca de Regent's Park, al noroeste de la ciudad, y durante meses enteros casi no sale de su alcoba, <<this dark, silent room>>, este cuarto oscuro y silencioso, que ella también llama <<cárcel>> (aunque voluntaria), pero que es sobre todo su refugio.
  Elizabeth es efectivamente la mayor de los hermanos Barrett, y da ejemplo de soltería a todos. ¿Cómo se va a casar si está tan enferma? No se sabe con exactitud de qué está enferma, pero lo está mucho. A los quince años cayó del caballo y algo le pasó en la columna vertebral, algo no bien definido que la obligó a guardar cama durante mucho tiempo, descartándose cualquier posibilidad de que fuese a la escuela.
  Luego aquello pasó, era una joven que casi parecía normal, hasta que en 1838 tuvo síntomas de una enfermedad sobre la cual los médicos tampoco se pusieron de acuerdo. El doctor Chambers sospechaba que era la terrible tisis, una afección pulmonar crónica con fases latentes. Y para que se repusiera se la envió a Torquay, en la costa sudoeste de Devon.
  Allí vivió largos meses (leyendo a Platón a escondidas, bajo las cubiertas de cualquier novela insustancial de moda, porque le habían prohibido lecturas de tanto calado), aburriéndose pero más o menos feliz, hasta qye el nombre de Torquay se convirtió en sinónimo de la fatalidad. 
  En Torquay, recibió la noticia de la muerte de su hermano Samuel en Jamaica, y unos meses más tarde allí moriría su hermano Edward, el preferido, con quien compartía muchas aficciones, ahogado en el mar. <<La voluntad de Dios es terrible.>> Volverá a Londres deshecha, ya como enferma incurable, enferma de un mal misterioso.
  Calenturas, jaquecas, insomnios que combate con opio (<<Viva el opio, gracias a opio, aliento, duermo, me mantengo serena>>), amagos de hemoptisis, melancolías, sensaciones extenuantes...
Imposible vivir como los demás, la simple idea de asomarse a la calle en invierno, <<el temible invierno>>, la llena de horror.
  En Wimpole Street para ella la vida se reduce a prácticas de piedad y a la lectura. <<La mayor lectora de novelas del mundo>>, dirá que podría ser su epitafio. Vivir es leer y escribir, leer infatigablemente y escribir muchísimo, una multitud de versos elaborados, cultos y más bien oscuros que hacen fruncir el ceño a los representantes varones de la profesión poética.
  Esta reclusa neurótica que se atormenta con mil reproches atribuyéndose culpabilidad en la muerte de su hermano, supone esta siempre al borde de la muerte, que es su principal obsesión; cuando en 1843 muerte su prima Sissy, de dieciséis años, comenta: <<Ahora es más feliz>>, pero se le escapa lamentar que es triste morirse <<con la copa de la vida en los labios>>.
  Entre las sombras enfermizas de su imaginación compone exaltados versos como único objetivo de su existencia, alentada y mimada a su manera por padre aquel estoico y brusco, amante del silencio y del orden, consolándose con la morfinal y el éter, <<mi elixir>>, dice.
  Esta mujer, ya casi cuarentona (y el período romántico no era benévolo ni comprensivo con <<la mujer de cuarenta años>>, que se juzgaba el finisterre de muchas ilusiones) se estaba consumiendo morbosamente por casi nada, por un puñado de desiguales rarezas que la posteridad desdeñaría. 

Su familia
  Su padre, Edward Moulton-Barrett, adoptó el apellido 'Barrett' al heredar las fincas de su abuelo en Jamaica. 
  Mister Barrett, es viudo. <<Un inglés muy austero fue mi padre>>, dice un verso de Aurora Leight, pero quizá la posteridad haya simplificado abusivamente su silueta moral para hacer de él un ogro. ¿De verdad era tan odioso? Sí, debió ser severo y absorbente  tiránico por exceso de amor paternal, y reina como un patriarca del Antiguo Testamento sobre esta numerosa familia en la que no se ha casado nadie.
  Él prefiere que no se case nadie, que las tres hijas -Ba, la intelectual, Henrietta, la frívola, y Arabella, la seria- y los 6 hijos varones que quedan en 1845 (eran 12 en total anteriormente, entre varones y mujeres) se mantengan bajo su tutela, entre vigilante y cariñosa. Un padre muy solícito (Elizabeth le adoraba) con algo de carcelero. Tan querido como temido, <<todo depende de lo que decida papá>>, leemos en un carta.
  Un rico plantador de azúcar con buena propiedad en Jamaica, y naturalmente, esclavos, aunque fuese lo que hoy llamaríamos un hombre de ideas avanzadas. Al menos en la época de Hope End, hasta que a comienzos de los años treinta todo fue a menos y se vio obligado a dejar la finca, bastante tolerante y afectuoso, aunque posiblemente el carácter se le agrió, y desde luego siempre alentando sin reservas la vocación literaria de su hija mayor.

Su madre, Mary Graham-Clarke, provenía de una familia adinerada de Newcastle upon Tyne. Es una de las descendientes del rey Eduardo III de Inglatera, más precisamente la décimo séptima generación de la rama proveniente de Juan de Gaunte. 


Su fiel Amigo, Flush
  Había un ser viviente que tenía acceso a la intimidad de su santuario, un perro, un spaniel llamado Flush (el que aparece en la miniatura de 1841) que le regaló su amiga Miss Mitford en 1840, y al que dedicó varios poemas. Flush, que la despertaba todos los días, el compañero de su soledad, tan mimado y tan querido.

 Flush, es un personaje que ha pasado a la historia de la literatura inglesa gracias a la biografía que de él escribió en 1933 Virginia Woolf, que fue retratado, como objeto de emocionados versos de su ama, y testigo privilegiado de todo lo que pasó.
  Lo vemos como a una caricatura perruna de Elizabeth. <<A Miss Barrett le pendían a ambos lados del rostro unos tirabuzones muy espesos, le relucían sus grandes ojos, y su boca, tan grande, se sonreía. A ambos lados de la cara de Flush colgaban sus gruesas y largas orejas, y también tenía los ojos grandes y brillantes, y la boca muy ancha. Existía cierto parecido entre los dos.>>
  Juguetón y travieso, entrando y saliendo de la habitación, anunciada la llegada de la visita.





El Amor de su Vida, Robert
  En uno de los versos de su novela posterior, Aurora Leigh, escrita en aquella Italia con la que tanto había soñado, relataba:  <<Quien no se cierra a la alegría admite / la tentación . . . >> Y la tentación no tardaría en llegar.
  Un día de enero de 1845 el cartero llama dos veces, como es de ritual, y Wilson (el ama de llaves) sube hasta el alcoba del segundo piso una carta cuya letra le es desconocida.
  Ahora, en la vida de esta doncella hipersensible, exaltada, débil y que ya ha dejado atrás la juventud, aparece un inesperado galán. Nombre, Robert Browning, edad, seis años menor que ella, es decir, treinta y tres; autodidacta, como Elizabeth, de una cultura un poco irregular y atropellada, pero profunda, inquieta y vastísima. Y poeta, al mismo tiempo que Elizabeth.


  El 12 de Septiembre de 1846, a los 40 años de edad, al contraer matrimonio con el conocido poeta Robert Browning, pasará a ser renombrada hasta la actualidad como Elizabeth Barrett Browning. 


Sus obras

- Aurora Leigh
- Sonetos del Portugués



La conmemoración


En honor a la poetisa, en la Iglesia Saint Helen (sitio de su bautismo), fue levantada en 1897 una placa conmemorativa en su nombre, con las siguientes inscripciones: "A great poetess, a noble woman, a devoted wife“, ("Una gran poetisa, una noble mujer, una devota esposa"). 

Cada año, desde los últimos 27 años, se organiza una celebración en su nombre para que sea recordada en el pueblo. 










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